CAPITULO I.—Principios
doctrinales
El designio del Padre.—La Iglesia es por su naturaleza misionera.
Dios nos ha llamado a participar de su vida y de su gloria, no sólo
individualmente, sino además como pueblo.
La
misión del Hijo.—Para establecer la comunión con El, Dios decidió entrar en la
historia humana enviando a su Hijo. Cristo fue enviado como mediador para hacer
partícipes a los hombres de la vida divina. Lo que una vez fue predicado y realizado por el Señor, debe ser
proclamado sobre toda la tierra.
Misión del Espíritu Santo.—En Pentecostés,
el Espíritu Santo descendió sobre los discípulos, y la Iglesia comenzó a manifestarse y a difundirse.
Es el Espíritu Santo el que, a través de los tiempos, unifica la Iglesia,
enriqueciéndola -'con sus dones y suscitando en el corazón de los
fieles el espíritu
misionero.
La Iglesia, enviada por
Cristo.—Los Apóstoles, llamados por Cristo, fueron la semilla del nuevo Israel y el
origen de
la sagrada Jerarquía. A ellos Jesús ordenó predicar por todas partes la buena nueva.
Este es el origen del deber que la Iglesia tiene de difundir la verdad y la
salvación de Cristo. Para cumplir este mandato, la Iglesia debe caminar por el sendero de Cristo, en
pobreza, obediencia, servicio y olvido de sí hasta la muerte, de la cual El
resurgió victorioso.
La actividad misionera.—Esta
misión de la Iglesia es única, aunque conoce varias modalidades, las cuales no
dependen
de su naturaleza, sino de las circunstancias. Las iniciativas evangelizadoras que
se comprenden bajo el nombre de misiones tienen como objeto fundar nuevas Iglesias, autóctonas tan pronto
como sea posible, con propia jerarquía, de forma que puedan contribuir al
bien de la Iglesia una y
universal. Son varios los problemas y las situaciones
que se presentan a la actividad misionera, la cual se diferencia de la actividad pastoral, que concierne a los fieles,
y de las iniciativas ecuménicas, aunque todas ellas están íntimamente
unidas entre sí.
Causas y necesidad de la acción misionera.—La razón de la acción
misionera es la voluntad de Dios. Es necesario que todos los hombres se conviertan a Cristo y por el
bautismo sean incorporados a la
Iglesia, que es el Cuerpo de Cristo. Aunque Dios, por vías que El sólo
conoce, puede conducir a la fe a los hombres
que ignoran sin culpa a la Iglesia,
sin embargo, incumbe a ésta el deber de evangelizar. A la actividad
misionera se debe el que Dios sea plenamente
glorificado por la fe de los hombres, unidos en un solo cuerpo; y gracias a dicha actividad se realiza el designio
divino.
La acción misionera en la vida y en la historia humana.—Manifestando a Cristo, la Iglesia revela a los
hombres la auténtica verdad de su condición y de su entera vocación.