Desde
la misión diocesana de Jaén en Esmeraldas (Ecuador) un saludo afectuoso a mis
hermanos de la diócesis de Jaén al comenzar el octubre misionero. Quiero
compartir con vosotros la alegría de la misión desde esta parroquia María Madre
de Gracia.
Las
numerosas comunidades cristianas de la costa y del campo que pertenecen a la
parroquia siguen caminando con la ayuda de los guías y catequistas, personas
muy sencillas que, desde sus humildes conocimientos y su gran generosidad,
están llevando la fe a sus coterráneos. En el centro de la parroquia han
surgido en los últimos tiempos algunas iniciativas interesantes como grupos de
caritas por barrios para atender las necesidades más urgentes, grupos de misión
para animar a aquellas personas que no conocen la palabra de Jesús y no se acercan a la iglesia, grupos de
atención y cuidado del templo, etc. Desde algunos laicos surgió últimamente la
iniciativa de reunir a los jóvenes que andan más perdidos y que comenzaban a
delinquir, a adentrarse en alcohol y drogas. Lo más sorprendente es que ellos
mismos han querido asistir a estos encuentros donde los mayores queremos
ayudarles y motivarles a encaminar su vida. Comenzaron apenas ocho chicos y
ahora asisten casi una treintena. Me invitaron como sacerdote y estoy tratando
de prepararme para dar lo mejor de mi ante este gran reto.
La
situación social en nuestro medio no ha mejorado mucho. El salario básico, al
que no llegan muchas familias, está en 383 dólares, mientras la canasta básica
familiar está en más de 700 dólares. Uno observa como las familias se
acostumbran a vivir con lo más básico y cómo muchas veces carecen de cosas que
en otros lugares a nosotros nos parecerían normales. La mayoría de los jóvenes apenas llegan a
terminar sus estudios de bachiller pues se les hace muy difícil continuar por
la escasez de recursos.
Sin
embargo hay que destacar la solidaridad de estas gentes que hace que ninguna
persona se quede sin una comida al día. Sorprende ver el compartir desde la
pobreza de muchos, el cuidado de los ancianos que a veces están sin familia o
la acogida de niños que por diversas circunstancias se quedaron solos.
Para
mí es un privilegio estar sirviendo en esta iglesia que sigue necesitando la ayuda solidaria de la nuestra por tantas necesidades
incluida la del clero. El reto es estar a la altura de este pueblo que pide a
gritos el mensaje del amor misericordioso de Dios encarnado en Jesucristo y
encarnado en una iglesia que quiere estar cerca de ellos, compartiendo sus
procesos de lucha, sus sufrimientos y sus logros camino del Reino de Dios.