ENCUENTRO MISIONERO DE JÓVENES 2023

El papel de los laicos en la Iglesia (III)

Sacerdotes y laicos trabajan en conjunto para formar el Cuerpo Místico de Cristo.
La comunión con la Iglesia.
Como miembros de la familia de Dios y de su Iglesia, no estamos solos (Ef 1,22-239. Nosotros estamos íntima y místicamente unidos al Señor y a los demás (1Co 6,19-20).
Jesús dice: «Permaneced en mí, y yo en vosotros. Como el sarmiento no puede dar fruto por sí, si no permanece en la vid, así tampoco vosotros, si no permanecéis en mí». (Juan 15,4) La Iglesia es una viviendo y funcionando como un cuerpo y nosotros como miembros siendo diversos, portamos dones, talentos, ministerios, y responsabilidades complementarias. Al vivir nuestra vocación de fieles laicos, que «no podemos permanecer al margen de la comunidad, sino que debemos vivir en una continua interacción con los demás, con un vivo sentido de compañerismo, regocijándonos de una misma dignidad igual y común compromiso para llevar a buen término el inmenso tesoro que cada uno ha heredado» [Juan Pablo II, Homilía en el solemne Concelebración eucarística para la Clausura de la Séptima Asamblea General Ordinaria del Sínodo de los Obispos (30 de octubre de 1987): AAS 80 (1988), 600].
Dios ha dado a los obispos y sacerdotes un lugar muy real y vital en el Cuerpo de Cristo. Hemos de tener en cuenta que aunque el papel de los laicos tiene igual dignidad al del sacerdocio ordenado, no debe confundirse con el papel específico e importante de el sacerdocio ordenado. En el altar, el oficio de presidente corresponde ministro ordenado (CCC 872-73). Como Pablo nos dice: Jesús «ha constituido a unos, apóstoles, a otros, profetas, a otros, evangelistas, a otros, pastores y doctores» (Ef 4,11) Estos oficios se dan a la Iglesia por una razón específica:

«12para el perfeccionamiento de los santos, en función de su ministerio, y para la edificación del cuerpo de Cristo; 13 hasta que lleguemos todos a la unidad en la fe y en el conocimiento del Hijo de Dios, al Hombre perfecto, a la medida de Cristo en su plenitud. 14 Para que ya no seamos niños sacudidos por las olas y llevados a la deriva por todo viento de doctrina, en la falacia de los hombres, que con astucia conduce al error; 15 sino que, realizando la verdad en el amor, hagamos crecer todas las cosas hacia él, que es la cabeza: Cristo, 16 del cual todo el cuerpo, bien ajustado y unido a través de todo el complejo de junturas que lo nutren, actuando a la medida de cada parte, se procura el crecimiento del cuerpo, para construcción de sí mismo en el amor» (Ef 4,12-16).